Su padre lo miró compasivamente y le sonrió.
—Nunca olvides quien eres, hijo. Si crees que para cumplir tu destino debes trabajar catorce horas diarias sin descanso, pues trabaja, y trabaja con entusiasmo. Pero no te vuelvas una máquina. Nunca olvides que el equilibrio es fundamental.
Señaló al jardín.
—Sólo observa el balance entre la luz y la sombra, entre el viento y el agua. Así es tu corazón. Si pierdes ese equilibrio, te perderás a ti mismo.
El sol se ocultó tras las montañas, y la chica finalmente se puso de pie. Sonreía.
Aquél lugar era mágico.
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