En las raras ocasiones que consigo hablar con mi madre con un poquito de tranquilidad siempre me sorprende el mundo que describe tan distinto.
Cuando llegó al pueblo donde más tarde nacería yo venía con tres chiquillos y no había ni agua corriente en las casas, ni siquiera un lavadero en el pueblo. Así que a lavar al río. Ella tenía la costumbre de cantar mientras lavaba. Y lo que en el pueblo se decía de la que cantaba no era nada agradable:
"La que canta en el río p...."
Pero ella solo quería dejar de oír el chismoreo constante.
Luego tuvo otros tres hijos más.
-Y ¿cuando te volvíamos loca que hacías, mamá?- le pregunté yo, quizá sin que percibiera que era el primer consejo que le pedía de madre a madre.
-Pues no íbamos paseando por la caballera, al pueblo de al lado. Eso no se estilaba entonces. La mujer se debía quedar en casa haciendo calceta o lo que fuera y los niños en la plaza jugando. Pero nos sentaba muy bien el pa
seo.

-Yo recuerdo un sitio con rocas muy grandes al que llamábamos el cementerio de los gigantes.
-A ti te parecerían enormes... A veces yo también me pregunto como podía con todo el trabajo que tenía a diario. Pero es que entonces tenías toda la juventud y salud por delante...
Y sigue viviendo y yo me alegro de ello. Que podamos conversar mucho más y ella me pueda transmitir las vivencias de sus recuerdos.
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