Erase una niña de nariz respingonceta, labios de pitiminí y largos dedos en las manos, que yacía profundamente en una cestita para bebes.
Tan bonita estaba dormidita que nadie se atrevía a despertarla. Sus párpados estaban relajadamente caídos. Su boquita cerrada en bello gesto. Sus manos, a uno y otro lado del cuerpo, descansaban en sus rodillas.
Vestía sombrerito blanco y rosa, jersey rosa y blanco, polainas blancas sobre las que cubrían sus pies unos patucos de color... Si, lo adivinasteis: rosas y blancos, con un lacito de raso blanco atados.
La niña Alba, porque así se llamaba, dormía y dormía y ni para comer se decidía a despertar.
Su mamá le decía:
- Dormir está bien pero los mejores sueños son aquellos en los que estás despierta para poder empeñarte en cumplirlos.
Su mamá le decía:
- Dormir está bien pero los mejores sueños son aquellos en los que estás despierta para poder empeñarte en cumplirlos.
Le decía su aitá (que es papá en eusquera porque él es de San Sebastián):
- La vida no es solo sueño. Despierta y verás a todo lo que podemos jugar.
- La vida no es solo sueño. Despierta y verás a todo lo que podemos jugar.
Así que, la niña se desperezó, murmuró un ¡Uh!, abrió un ojo, luego el otro y comenzó a llorar (que es lo que suelen hacer los bebes al despertar, como no saben hablar...)
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado, no sin antes que la niña Alba se haya despertado.
***
(Este cuentecillo lo escribí siendo Alba un bebé y me ha hecho gracia volverlo a leer. Recuerdo que incluso le hice un pequeño librito con el que no se donde debe estar... A ver si voy rescatando cuentos (de verdad) de los que tengo escritos por ahi)
1 comentario:
Hermoso cuento :)
Saludos !
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