jueves, 5 de marzo de 2009

Erase una vez

En una serena mañana de un Junio soleado y tranquilo, pintando acuarelas distraían los días los habitantes de esa villa. Pero algo les estalló en las narices sin permitirles mirar a otro lado. Y en las narices les estalló, nunca mejor dicho, porque el olor que traía el río inundaba toda la villa como si, de repente, hubieran caído en una alcantarilla.
Todos se pusieron a protestar:
-Pero, ¿de donde viene esa peste?
Algunos se encerraron en casa, otros se pusieron a comprar todo el arsenal que pudieron encontrar de ambientadores y demás. Otros se mudaron de localidad. Los hay incluso, que dejaron de oler:
-Total para lo que hay que olfatear
Pero se quedaron también sin gustar... (esto daría para otro cuento singular)
Pero otros, solo unos pocos, se pusieron a buscar.
Llegaron a la orilla del río pero eso era pan comido.
En la orilla todos se pusieron a discutir del posible motivo de semejante pestilencia hasta que alguien dijo:
-Porque no seguimos buscando en lugar de seguir especulando
Pero la mayoría miró para otro lado. Tenían cosas mejores que hacer, más importantes, más urgentes, más inaplazables, o simplemente otras cosas como ver como salía la noticia en la tele.
Total que solo unos pocos de esos pocos siguieron río arriba. De hecho, eran tan pocos que solo eran dos:
Una chica, llamada Esperanza, que era la que había hecho la pregunta.
Y un chico, llamado Salvador, que se había ofrecido a acompañarla y aunque solucionar el problema le importaba de veras, estaba más motivado por un brillito que había descubierto en la mirada de Esperanza y por un latido secreto de su corazón.
Las demás gentes preocupadas, muy informadas e importantes, muy mediáticas e influyentes allí se quedaron en la orilla discutiendo (y esperando que vinieran los de la tele a grabarlos)
Esperanza y Salvador fueron río arriba sorteando bolos de río, ramas de sauce, terrenos pantanosos con carrizos terminados en suaves peluches.
Salvador quebró uno de aquellos juncos y comenzó a hacer cosquillas en la cara a su hasta entonces seria acompañante. Ella se rió y luego estornudó cuando una de esas semillas que desprendía se metió en su nariz.
-Lo siento... -comenzó a disculparse él.
-No importa, espero no tener alergia también a esto porque ultimamente parece que las colecciono.
-¿Y quién no tiene alguna alergia ultimamente? Debe tener que ver con lo que le estamos haciendo a la tierra. No podemos contaminar sin parar y creer que nada de eso nos va a afectar...
-Estoy contigo
Hablaban como si se conocieran de toda la vida. No en vano tenían intereses parecidos pero no era solo eso, al fin y al cabo todos tenían interés por la vida, sino que ellos lo perseguían de manera similar.
El cauce del río se hacía cada vez más estrecho y más rápido. El terreno más difícil de sortear. Salvador pasó a ir primero, posición que hasta entonces ocupaba Esperanza y, de vez en cuando, le daba la mano para sortear un paso difícil. En estas ocasiones se ponía colorado como un tomate ante el contacto de la mano de ella. Pero ella parecía no enterarse más preocupada en pisar con seguridad y no parecer una patosa. Pero en una de las ocasiones que le miró a la cara pareció descubrir un interés especial en su mirada y a ella también se le colorearon las mejillas de rojo Heidi.
En esos estados de turbación procuraban hablar de cualquier cosa para ver si se refrescaba su rostro o calmaba su pecho.
Y hablando, hablando, pensando, pensando, imaginando, imaginando y sintiendo, sintiendo llegaron al final de su camino: El nacimiento del río.
A lo que debería ser un idílico paisaje de montaña distaba mucho de serlo. El nacimiento del río estaba entubado. Rodeado de construcciones. El pasto de montaña (que no es césped, sino que tarda muchos años en formarse) no aparecía por ningún sitio. Toda la capa del fértil y diverso suelo había desaparecido. Solo había hierros y cemento. La tierra se erosionaba al no ser sujeta por vegetación alguna. Aquí y allá se veía árboles muertos, variedades de jardinería que habían querido plantar...
Todo estaba desierto y triste ¿quién iba a querer venir aquí?
Y el origen de todo ese olor, origen de esa aventura, estaba claro. Todas las cañerías iban a dar al río sin ninguna depuradora que se interpusiera en su camino.
-Bueno, aquí está la causa -dijo Salvador que se sentía extrañamente contento pese a toda la tristeza de alrededor.
-No -le corrigió Esperanza- la causa ha sido nuestra indiferencia ante este macroproyecto insostenible de urbanización de una estación de esquí que presentaron hace tiempo y al que nadie se opuso.
-Pero aun podremos hacer algo ¿no?
-Si, claro debo hacer honor a mi nombre
-Claro, siempre queda la esperanza.

Lograron que su villa volviera el olor de las flores pero no creáis que nadie se lo reconoció. Los que se quedaron a esperar a los de la tele salieron mejor parados. Pero eso no les importó. Su corazón no dejaba de latir, ni su inquietud de existir. Y juntos continuaron su camino intentando no quedarse nunca parados.
Y colorín colorado este cuento ha terminado con mejor olor del que ha empezado.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Por favor Amparito, publica este cuento a ver sí ayuda a despertar a la gran masa.
Besos mil Porras.

Amparito dijo...

Ayer casi lloro al leer una pequeña nota en el periodico llena de mentiras sobre el tema. Prostituyendo las palabras "desarroyo sostenible" y "apoyos sociales" ( y creo que hago un feo a las prostitutas)
He dejado de leer periodicos, de escuchar la radio, de ver la tele
Estoy en un periodo de meditación en el que, en teoría, estoy aislada del mundo. Pero, resulta que estoy mejor informada de "la realidad" que aquellos que se leen el periodico todos los días
No se, yo ya no entiendo nada
Gracias por animarme pero no tengo ni idea como publicar nada
Te lo regalo y tu haces con el lo que te de la gana.
Besos Porras