La abuela hoy está triste y nadie sabe porque. Como nadie conoce el secreto que guarda la llave que siempre lleva con una cadenita al cuello.
..........
Hoy la abuela esta triste.
Sus nietos lo han notado enseguida. En cuanto la han visto, como de costumbre, leyendo el periódico local. Lo ha dejado caer en la falda del delantal y ha cogido la pequeña llave que siempre lleva en su bolsillo y ha comenzado a acariciarla con el índice y el pulgar, mirando al infinito.
Hoy la abuela ha recordado su infancia. Cuando iba a la escuela (solo hasta que hizo la primera comunión, luego había que ayudar en casa) con su querida amiga Amelia.
Con ella compartía todas sus confidencias. Con ella (y la maestra) aprendió a leer en esa corta estancia que pasó en el colegio del pueblo.
Amelia fue la primera (y única) a quien le contó que se había enamorado perdidamente del capataz que llevaba la cuadrilla de obreros que estaban construyendo un muro anti-aludes allá en el monte. Él se acercaba a ella a la hora del almuerzo, aprovechando el momento en que ella recogía agua de la fuente y siempre le llenaba los oídos con historias fantásticas de los lugares que conocía, con ese acento tan raro y dulce de su Granada natal. A él le dedicó sus primeros, y únicos también, versos apasionados, que le salían sin pensar del centro mismo del pecho...
Pero luego..., luego las cosas se pusieron difíciles. Más difíciles todavía que el duro hacer diario de la vida en la montaña. Empezó la guerra y él se fue. Le escribió unas cuantas cartas desde diferentes lugares de España que siempre acababa con un simple:”Te aprecia, Antonio”. A ella le desilusionó esa falta de pasión en sus escritos, pero ella tampoco le había confesado nada de lo que realmente sentía.
Un día sus cartas dejaron de llegar, pero ella no tuvo tiempo de pensar mucho en ello porque le había salido una colocación de criada en una gran ciudad y tuvo que meter cuanto tenía en una maleta y salir de viaje. Bueno todo no, en un pequeño baúl con llave, guardaba los poemas y cartas de su amado. No quería que nadie profanará lo que ella consideraba su bien mas preciado, así que se lo confió a su mejor amiga Amelia.
“-Tranquila, que cuando vuelvas, yo te estaré esperando con tu tesoro.”Fue lo único que le dijo Amelia, tampoco necesitaba más.
Los años pasaron rápidos. Ella volvió al pueblo para casarse con un mozo de buena casa, con buenas tierras y buen talante. A él siempre le había gustado ella aunque nunca le dijo nada, se encargo de preparar la boda con sus respectivas familias que no pusieron ningún impedimento ni le preguntaron a la principal interesada...
Los años pararon todavía más rápidos cuando nació su primera y única hija, a la que puso Amelia como su gran amiga, revelándose a la tradición familiar que imponía otro nombre, el del santo del día: Ceferina.
Su hija le hizo olvidarse también de los sinsabores de la vida diaria, de la rutina, de la desilusión, hasta de ese amante de juventud...
Hoy ha leído en el periódico la esquela de su querida amiga Amelia y, de repente ha recordado la cerradura que abría esa llave que siempre lleva consigo. Con ella a abierto también todos los recuerdos de su juventud perdida en el tiempo y que nunca volverá... Pero sonríe también al recordar algo que le enseño la maestra a la que luego fusilarían:
“Carpe dien”, vive la vida.
..........
Hoy la abuela esta triste.
Sus nietos lo han notado enseguida. En cuanto la han visto, como de costumbre, leyendo el periódico local. Lo ha dejado caer en la falda del delantal y ha cogido la pequeña llave que siempre lleva en su bolsillo y ha comenzado a acariciarla con el índice y el pulgar, mirando al infinito.
Hoy la abuela ha recordado su infancia. Cuando iba a la escuela (solo hasta que hizo la primera comunión, luego había que ayudar en casa) con su querida amiga Amelia.
Con ella compartía todas sus confidencias. Con ella (y la maestra) aprendió a leer en esa corta estancia que pasó en el colegio del pueblo.
Amelia fue la primera (y única) a quien le contó que se había enamorado perdidamente del capataz que llevaba la cuadrilla de obreros que estaban construyendo un muro anti-aludes allá en el monte. Él se acercaba a ella a la hora del almuerzo, aprovechando el momento en que ella recogía agua de la fuente y siempre le llenaba los oídos con historias fantásticas de los lugares que conocía, con ese acento tan raro y dulce de su Granada natal. A él le dedicó sus primeros, y únicos también, versos apasionados, que le salían sin pensar del centro mismo del pecho...
Pero luego..., luego las cosas se pusieron difíciles. Más difíciles todavía que el duro hacer diario de la vida en la montaña. Empezó la guerra y él se fue. Le escribió unas cuantas cartas desde diferentes lugares de España que siempre acababa con un simple:”Te aprecia, Antonio”. A ella le desilusionó esa falta de pasión en sus escritos, pero ella tampoco le había confesado nada de lo que realmente sentía.
Un día sus cartas dejaron de llegar, pero ella no tuvo tiempo de pensar mucho en ello porque le había salido una colocación de criada en una gran ciudad y tuvo que meter cuanto tenía en una maleta y salir de viaje. Bueno todo no, en un pequeño baúl con llave, guardaba los poemas y cartas de su amado. No quería que nadie profanará lo que ella consideraba su bien mas preciado, así que se lo confió a su mejor amiga Amelia.
“-Tranquila, que cuando vuelvas, yo te estaré esperando con tu tesoro.”Fue lo único que le dijo Amelia, tampoco necesitaba más.
Los años pasaron rápidos. Ella volvió al pueblo para casarse con un mozo de buena casa, con buenas tierras y buen talante. A él siempre le había gustado ella aunque nunca le dijo nada, se encargo de preparar la boda con sus respectivas familias que no pusieron ningún impedimento ni le preguntaron a la principal interesada...
Los años pararon todavía más rápidos cuando nació su primera y única hija, a la que puso Amelia como su gran amiga, revelándose a la tradición familiar que imponía otro nombre, el del santo del día: Ceferina.
Su hija le hizo olvidarse también de los sinsabores de la vida diaria, de la rutina, de la desilusión, hasta de ese amante de juventud...
Hoy ha leído en el periódico la esquela de su querida amiga Amelia y, de repente ha recordado la cerradura que abría esa llave que siempre lleva consigo. Con ella a abierto también todos los recuerdos de su juventud perdida en el tiempo y que nunca volverá... Pero sonríe también al recordar algo que le enseño la maestra a la que luego fusilarían:
“Carpe dien”, vive la vida.
4 comentarios:
Bonita historia Ampar. Cada generación tiene sus problemas, pero nuestras abuelas tuvieron que luchar contra muchos frentes ¡¡ que fuertes fueron!!No hay que olvidarlo para relativizar los nuestros.
Besicos, Porras.
Precioso texto
Todos necesitamos reordar nuestro pasado y principalmente nuestra infancia, haga mas o menos tiempo que la hayamos vivido siempre es bueno revivirla en nuestra mente...
Secretos escondidos y confesados tan solo a una persona, cuando esta persona falta parte del secreto parece que se vaya con ella y por ello hemos de hacer todos los posibles para "reconstruirlo" y asi no dejar nada perder...
Me has hecho recordar cuando yo era pequeña y mis abuelos y tias abuelas me hablaban de su infancia, yo no entendia como mi infancia podia ser tan facil y la suya haber sido tan complicada, ellas la recordaban de todos modos con una gran sonrisa en el rostro...pasado un tiempo logre entender que lo importante no es si la infancia ha sido facil o dificil, lo importante es haber podido vivirla!
Miles de besitos!!
Siempre con la dulzura de tus palabras!
Gracias por dedicarme la foto del monte oroel... es curioso, el dia que lo lei.. hacia nada que habia nacido Uruel (el hijo de unos amigos) jejeje
Las mujeres, las abuelas especialmente, siempre saben cuando hablar o callar. De esa sabiduría milenaria, es de la que hablo a veces. Uno es esclavo de sus palabras y dueño de sus silencios.
Un beso Amparito.
Publicar un comentario