Ayer me recordaba María de Mave como se parecía mi hermana a mi madre, un parecido que yo apenas noto. Hoy me parece estar viendo en esta foto a mi hermano, de los tres chicos, el pequeño.
Le toco hacer la larga y dura mili de entonces al otro lado de España. Cuando leía "La Forja de un Rebelde" de Barea me parecía estar viendo a mi padre entre esos reclutas.
Un día, no hace mucho, aunque ahora me parezca tan lejano, mi suegro me contó historias de su mili con las que disfruté enormemente viendo como toreó, como pudo pero con bastante éxito, el jerárquico mundo militar. Le dije que valdría la pena escribirlas. Pero dijo que no había llegado el momento. El momento siempre es ahora. Se lo recordé en el hospital este fin de semana cuando fuimos a estar con él tras el infarto cerebral que le paralizó medio cuerpo y sonrió con esa media sonrisa tan simpática que le ha quedado... Se recuperará por completo, seguro.
Mi padre tiene la nariz torcida por un accidente en bici que tubo cuando esquivó a una niña que jugaba en la calle. Con su bici iba de un pueblo a otro a trabajar, a ver a la novia, subía puertos y sin platos ni piñones. Ya jubililado, subía con ella al huerto. Es difícil imaginarlo de joven, o de niño jugando con las bombas que había dejado la guerra en su pueblo, tan cerca de donde mataron a Federico Garcia Lorca. Ahora que me toca pincharle todas las mañanas, tras el trompo en la pierna que sufrió. Sí, parece que los abuelos de la familia se han puesto de acuerdo para ponerse malos a la vez. Supongo que es ley de vida y es una suerte hacerse mayor y contarlo.
Me alegro de poder seguir compartiendo interesantes conversaciones con ellos.
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